Una serie que rompe con el concepto habitual del mítico vampiro
Hay algunos clásicos que nunca mueren, y uno de ellos es Drácula. La aclamada novela de Bram Stoker ha dado lugar a numerosísimas interpretaciones, libros, películas y hasta alguna serie, siendo el último grito la versión que Netflix ha logrado llevar hasta la pequeña pantalla y que está causando sensación.
Siempre se había presentado a Drácula como un sanguinario sin corazón que solo buscaba la sangre se sus víctimas, especialmente femeninas, con la que saciar su sed. Un despiadado monstruo al que el espectador apenas se paraba a conocer y que, además, no salía del espectro heterosexual, algo que ya ha cambiado.
En la nueva serie de Netflix no solo se nos presenta a un Drácula con mucha más profundidad en el personaje, se preocupan de transmitirnos sus inquietudes, de hacernos empatizar con el famoso vampiro, que mantiene su apariencia de sanguinario pero que se preocupa por hacernos entender mejor el porqué lo es.
También hemos nombrado su heterosexualidad al inicio, ya no solo busca abastecerse de bellas damas, como en todas las entregas anteriores, ahora podemos conocer a un Drácula algo bisexual, que no tiene filtros en cuanto a chupar la sangre se refiere y se surte por igual de mujeres y hombres para calmar su sed.
Además, una de las grandes perlas de la serie es el papel del antagonista, que enriquece mucho más a un Drácula distinto, mucho más irónico, mordaz e inteligente, todo aquello que nos suele gustar en personajes de este tipo, como ya hemos visto en otras series con personajes como Niggan, en The Walking Dead, o el propio Doctor House.