Había una vez un rey llamado Príamo. Era el rey de Troya, una ciudad grande y amurallada. Príamo tenía dos hijos varones: Paris y Héctor. Paris era famoso por su belleza y Héctor se distinguía por su valor. Un día, el príncipe Paris fue a la ciudad de Esparta y conoció allí a la mujer más bella de toda Grecia. Se llamaba Helena y era la esposa del rey Menelao. Paris quedó encantado por la belleza de Helena y decidió llevársela consigo a Troya.La historia que Homero relató en su Odisea tiene veintiocho siglos, pero hemos podido vivirla nuevamente en el Camp Nou, donde Paris se ha adueñado de Helena, pelota y posesión más bella arrebatada a los magos del balón. Donde “Tito” Vilanova (rey Menelao) envió sus tropas a Troya, que desembarcaron frente a sus murallas y rodearon la ciudad, pero la guerra se alargó tanto que tuvo que tirar de la imaginación y su arma secreta, un enorme Caballo de Troya (Leo Messi) que intimidó con su sola presencia y guardaba el engaño en su interior. Falso ausente, ofrenda a los dioses mermado de facultades y aparentemente inofensivo que los troyanos llevaron dentro de su fortaleza, donde permaneció mientras decidían qué hacer con él. Y mientras decidían qué hacer con él, una sola carrera suya sirvió para que los otros diez hombres que aguardaban escondidos en su interior, reaccionaran al tremendo repaso que les estaba dando el PSG. Un conjunto parisino que había tenido la osadía de discutirle la posesión del balón al Barcelona en su propia casa.Emplazamiento de la leyenda que se vistió de épica gracias a ese gigantesco, pero inofensivo Caballo de madera que pareció ser Messi deambulando por el Camp Nou. Dosificando su veneno a la más mínima expresión y elevando su enorme figura a la máxima expresión, para rescatar al Barça de una agonía con sabor a derrota evitada gracias en gran parte a Víctor Valdés. Pues sería tremendamente injusto centralizar el mérito en la sola presencia de un futbolista, cuando la excepcional actuación de Valdés, muy por encima del gris partido de la mayoría de sus compañeros, resultó decisiva en el transcurso del mismo. En cualquier caso y dando a cada uno su lugar, resulta especialmente significativo y digno de análisis el efecto Caballo de Troya conseguido por un futbolista que saltó al césped con la fragilidad de un juguete de madera. Una aparatosa ofrenda a los dioses que sacó a relucir la inocencia de los troyanos de Ancellotti, que creyeron ver en Messi el regalo de Poseidón para Atenea. Aquellos que decidieron entrar el caballo a la ciudad y que para ello, debido a su tamaño, tuvieron que romper parte de la muralla para colocarlo en la plaza central, donde los diez guerreros restantes que aguardaban en su interior rumiaron el miedo de los parisinos y rescataron a Helena (el balón), que por una noche dejó de ser propiedad azulgrana en el Camp Nou.La sola presencia de Messi intimidó, pero Leo que es enorme siempre, muy mermado de facultades no pudo ser más que eso: un gran caballo de madera que guardaba el espíritu de diez guerreros en su interior.Mariano Jesús Camacho