A la tremenda, sin estética pero con ética, el Atlético se vistió de gladiador, envuelto en la cultura del esfuerzo, para desembarazarse de su trauma ante el vecino. Con tanto ardor guerrero como rebeldía ante un destino que parecía estar escrito, el equipo de Simeone, programado para cualquier guerra, acabó demostrando que, en fútbol, como en la vida, la actitud lo es todo. Retroceder nunca, rendirse jamás, el Atlético batalló contra el golazo de Cristiano, contra una final que ponía alfombra roja al título merengue y contra 14 años de amargura. Esta vez, el Atlético no se escondió, no buscó excusas arbitrales y nunca quiso contentarse con ser comparsa. Al contrario. Abrazó su hormona de la ilusión, alteró el rumbo de su historia y destrozó esa letanía odiosa de la estética del perdedor. Alentado por la agresividad mental y por el poderío motivador de su entrenador, el Atleti niveló la balanza centímetro a centímetro, pulgada a pulgada. Curándose como equipo para no morir como individuos. Primero igualó la batalla con un gol fabricado de la nada por Falcao y culminado por Costa, que alertaba al Madrid. No sería un crucero de placer. En pleno trance, consciente de sus limitaciones pero también de que podía hacer historia, compitió hasta el tuétano. Redobló intensidad, regaló casta para combatir la elegancia del Madrid con la pelota y llevó la final al terreno que más le convenía: a un partido de furia, de sentimientos, pleno de carga emocional. Por ahí logró lo imposible: el fin de ciclo.Con arrestos y esa pizca de suerte, con once gladiadores unidos y cohesionados en torno a una idea, el Atlético destrozó su leyenda fatalista, pisoteando ese traje de El Pupas que le han diseñado, de manera infame, los que dirigen el negocio de la propaganda. Esta vez fue el Atlético, paciente de dos mil sinsabores, el que tuvo el ángel en su esquina. La suerte del campeón. Esta vez el ángel lo envió Neptuno. Cada vez que el Madrid tuvo la Copa en su mano, topó con Courtois, desde esta noche nuevo santo atlético. Sus tentáculos salvaron hasta tres goles cantados del Madrid y, caprichos de los dioses del fútbol, allí donde no llegó el pulpo belga, aparecieron los palos, hasta tres veces, para frustrar al Real. Flotaba en el aire que las condiciones atléticas se cumplían. Quién sabe si por alguna conjunción astral o porque como dijo Simeone, a la suerte hay que ayudarla, el guión colchonero tomaba cuerpo: el Madrid no veía puerta, estaba lejos de su mejor versión, el crono avanzaba, el Atleti seguía de pie y su afición se dejaba la garganta.El Atlético, de nuevo grande por pelear como un pequeño, más visceral que académico, pero con un corazón tamaño XXL, reescribió su historia a base de actitud. Courtois pidió a gritos su canonización, Juanfran dio una lección de pundonor al sobreponerse de una lesión; Godín fue un cacique del área; Miranda fue un héroe para su hijo y para la historia del club; Filipe fue un puñal por su banda; Mario peleó como el mejor; Gabi se marcó un partido de época, con un liderazgo brutal; Arda fue el único aparejador del equipo y dio una lección con la pelota; Koke fue el socio de todos; Diego Costa abrochó su esfuerzo con un tanto vital; y Radamel Falcao sacrificó su ego por el bien del equipo, empapado en sudor y roto por el esfuerzo. Así que, en una prórroga titánica, apareció Miranda. Durante la semana, había anunciado que quería ganar por su hijo, porque en el colegio otros niños se burlaban de él. Koke centró desde el costado y el brasileño se elevó, como un rascacielos, para hacer sonreír a su pequeño. Justicia poética. El Atlético volteaba su destino. Era campeón y su hinchada, su único patrimonio, lo único que el Gilifato no podrá vender jamás, alcanzaba el Nirvana. El corazón había igualado al presupuesto. Pasaban las doce y la carroza de Cenicienta no se había convertido en calabaza. Esta noche, varias generaciones de niños, por fin, de una vez, dejaron de preguntar a sus padres aquello de por qué son del Atleti.Cuando ganó su primera Europa League, hubo quien dijo que fue un accidente, porque el Atlético no vende. Cuando ganó su segundo entorchado europeo, algún iluminado dijo que era la Copa de Orcasitas, porque el Atlético no vende. Cuando conquistó la Supercopa de Europa ante el Inter, se dijo que era el torneo de la galleta, porque el Atlético no vende. Cuando apabulló al Chelsea, había que hablar de que a Falcao se le ponía cara de Hugo Sánchez, porque hablar bien del Atlético no vende. Y cuando firmó una primera vuelta de escándalo, siendo colíder de la Liga, volvió a ser ignorado por el periodismo que sólo habla de dos, el periodismo militante volvió a condenar al Atlético porque no vende. Y esta noche, que ha derrotado a un rival con cinco veces más presupuesto y mejores jugadores, los medios interrumpieron la gloria del campeón para ofrecer la conferencia de prensa de Mou, porque el Atlético no vende. La realidad es que no importa el tamaño ni la potencia de esos altavoces. La realidad es que este equipo no es El Pupas, ni el chiste fácil de los lunes en la oficina,. La realidad es que este Atlético se ha forjado en la cultura del esfuerzo, mereciendo el reconocimiento que se le niega de manera sistemática. No es el mejor del mundo, pero pelea como si lo fuera. Los profetas del apocalípsis, los que sólo hablan de dos para faltar al respeto al resto, vaticinaron el fin de un ciclo. Acertaron de pleno. Se acabó el ciclo. Ese donde el Atlético siempre perdía ante el Madrid. Paradoja: por fin, alguien logró levantar al cielo La Décima en el Bernabéu. Fue el Atlético, ese equipo que no vende.Rubén Uría / Eurosport