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Los cardenales hipócritas en el funeral del papa Francisco

Un adiós empañado por los rostros que nunca deberían haber estado

El reciente funeral del papa Francisco en el Vaticano no fue solo un acto solemne de despedida. Para muchos, fue también una exhibición vergonzosa de hipocresía y cinismo. Entre los asistentes desfilaron figuras que en vida fueron señaladas, apartadas o confrontadas directamente por el propio Pontífice, pero que, sin el menor pudor, se presentaron ahora como dolientes oficiales.

Uno de los casos más indignantes fue el del cardenal Angelo Becciu, destituido en 2020 por Francisco tras el escándalo financiero de la compra de un edificio de lujo en Londres utilizando fondos del Vaticano. El papa, en vida, dejó instrucciones claras para bloquear su participación en futuros cónclaves, una medida que reflejaba la gravedad de sus actos. Sin embargo, allí estaba Becciu, ataviado con anillos, cadenas de oro y gesto solemne, como si su historial estuviera libre de sombras.

Milei feminismo
Milei insultó al papa Francisco en vida

Los que insultaron en vida y lloraron en la muerte

No menos hipócrita fue la presencia de Javier Milei, presidente de Argentina, quien no dudó en insultar gravemente al Papa en vida —calificándolo de “imbécil”, “zurdo de mierda” y “representante del mal en la Tierra”. Milei viajó al Vaticano tras el fallecimiento, pero llegó tarde, cuando las puertas ya estaban cerradas, en lo que muchos consideran una maniobra cuidadosamente planeada para evitar enfrentarse directamente al duelo real.

A esta galería de cinismo se sumaron también los cardenales Raymond Leo Burke y Robert Sarah, dos de los mayores opositores internos a las reformas de Francisco. Burke, conocido por su ultraconservadurismo, y Sarah, férreo crítico de la apertura de la Iglesia, asistieron al funeral con rostros sombríos, cuando durante años sabotearon las iniciativas del Papa para modernizar y humanizar la institución.

El discurso de Francisco en grave riesgo

El espectáculo visto en la basílica de San Pedro dejó una conclusión inquietante: los fantasmas que Francisco intentó desterrar nunca se marcharon del todo. Estuvieron agazapados, esperando su oportunidad. Con su muerte, ahora planean recuperar el control y revertir las transformaciones iniciadas bajo su pontificado.

El funeral, más que una ceremonia de respeto, fue una advertencia pública: la herencia de Francisco corre peligro real. La batalla por el alma de la Iglesia apenas ha comenzado, y los rostros de la hipocresía, como Becciu, Burke y Sarah, están más activos que nunca.