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La Guardia Suiza que defiende al Papa a muerte

Más allá del uniforme: los requisitos de una hermandad centenaria

Cuando uno observa a la Guardia Suiza Pontificia en el Vaticano, con sus uniformes coloridos de franjas azules, rojas y amarillas, puede ser fácil confundirlos con un elemento más del majestuoso protocolo de la Santa Sede. Sin embargo, detrás de cada alabarda, cada saludo y cada postura firme, existe un compromiso de vida o muerte que pocos conocen en profundidad.

Actualmente, el cuerpo está formado por 135 hombres, seleccionados bajo criterios estrictos que apenas han cambiado en siglos. Para postularse, es indispensable ser católico practicante, suizo de nacimiento, hombre y tener entre 19 y 30 años. Además, deben medir al menos 1,93 metros, ser solteros, gozar de perfecta salud física y mental, y haber recibido formación militar previa en su país de origen. Más allá de los requisitos físicos y formales, cada recluta debe jurar lealtad absoluta al Papa, incluso hasta la muerte.

Guardia suiza

El entrenamiento oculto tras la imagen solemne

Antes de pisar los suelos del Vaticano, los aspirantes entrenan durante dos meses en Suiza, donde reciben instrucción en defensa personal, manejo de armas de fuego, extinción de incendios y nociones básicas de derecho. Solo después de superar esta etapa, completan su formación dentro del Vaticano, perfeccionando habilidades específicas como el manejo de la alabarda, el estudio del protocolo ceremonial, la respuesta a emergencias y, por supuesto, el aprendizaje del italiano.

Aunque para los visitantes su aspecto pueda parecer puramente ceremonial, cada guardia lleva armas de fuego ocultas bajo el uniforme, y su adiestramiento en tácticas de defensa les permite reaccionar en situaciones reales de amenaza.

La prueba de fuego que demostró su esencia

La fidelidad de la Guardia Suiza no es una promesa simbólica: ha sido puesta a prueba en circunstancias extremas. El 13 de mayo de 1981, durante el atentado contra Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro, la Guardia actuó sin dudar, rodeando al pontífice herido y evacuándolo rápidamente hacia un lugar seguro. Su intervención, precisa y decidida, reflejó el auténtico propósito detrás de su presencia: proteger al Papa incluso a costa de su propia vida.

Este cuerpo, que para muchos no pasa de ser una postal colorida, representa en realidad siglos de sacrificio, hermandad y un compromiso inquebrantable. En cada movimiento, en cada guardia apostada, vive una tradición que no se negocia ni se improvisa: la de morir si es necesario, para que otro pueda vivir.

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